Cuando tu voz rendida me murmura
el aquelarre de tu rojo encanto
y son nuestras conciencias entre tanto,
magma final voraz que se depura;
cuando es tu seno nido y calentura
para mi sed formada en el quebranto
y subo por tus hombros como un manto
hasta estallar sin más en tu ventura;
es todo irrepetible y gime el viento,
una canción ignota en su agonía,
que cubre sin templanzas nuestro aliento.
Y cuando muere al fin la algarabía,
queda en mi piel tu voz y te presiento,
irremediablemente toda mía.
Alberto Madariaga
(2012)
a Nadia