I
Sentí desde la orilla el arrebato,
sin mirarme de frente y sin sonrisa.
Hoy invade su voz la tez que irisa,
con profunda conciencia en desacato.
No sientas que no miro sobre el plato,
el mijo de lo adusto que se plisa;
perfectamente sé que en la cornisa,
no gime del regreso un noble gato.
Ondula por mi adelfa el aliciente,
de aquello que florece en un comino,
de blanca ensoñación que vibra y siente.
Por fuera soy la roca y el espino,
la estepa desolada, la saliente,
que guarda su verdor bajo el camino.
II
¡Quién me viera caer lento y seguro,sin más calor ni más resurgimiento;gris el alma y postrada entre lo oscuro!(Antonio Gala)
¿Qué más puedo decir que no dijera
mi palabra tal vez entrecortada?
Nos cortó sin aviso ciega espada,
con cizaña de acacia o de tijera.
Pues tu mano no olvida primavera
y mi voz no pronuncia madrugada...
¡Cómo cuesta subir la desolada
sensación de distancia verdadera!
Casi trece magnolias son testigas,
de tu incierta paciencia y mi silencio,
que por dentro no acallan sus ortigas.
Duele pues en la lágrima el hachazo,
un hachazo de pena que sentencio,
a dormir sin consuelo y sin regazo.
III
Me habrás de corregir si me equivoco
o yo te mostraré mi grave acierto,
pues pienso que la lengua del desierto,
no mermará su largo sólo un poco.
Basta decir de pronto que no toco,
el péndulo del sueño más despierto;
no queda en mi esperanza blanco puerto,
do ponga su vigilia un faro loco.
Nos quedan dos opciones: resignarnos
o bien, menudamente camuflarnos,
en troncos de regresos que no llegan.
La voz de mi dolor es quien relata,
esta misiva extraña, donde juegan,
tu ausencia y mi tesón, en forma ingrata.
Alberto Madariaga
(2012)
a mi Madre.