lunes, 30 de enero de 2012

El Puente.

I

Sentí desde la orilla el arrebato,
sin mirarme de frente y sin sonrisa.
Hoy invade su voz la tez que irisa,
con profunda conciencia en desacato.

No sientas que no miro sobre el plato,
el mijo de lo adusto que se plisa;
perfectamente sé que en la cornisa,
no gime del regreso un noble gato.

Ondula por mi adelfa el aliciente,
de aquello que florece en un comino,
de blanca ensoñación que vibra y siente.

Por fuera soy la roca y el espino,
la estepa desolada, la saliente,
que guarda su verdor bajo el camino.


II

¡Quién me viera caer lento y seguro,
sin más calor ni más resurgimiento;
gris el alma y postrada entre lo oscuro!
(Antonio Gala)

¿Qué más puedo decir que no dijera
mi palabra tal vez entrecortada?
Nos cortó sin aviso ciega espada,
con cizaña de acacia o de tijera.

Pues tu mano no olvida primavera
y mi voz no pronuncia madrugada...
¡Cómo cuesta subir la desolada
sensación de distancia verdadera!

Casi trece magnolias son testigas,
de tu incierta paciencia y mi silencio,
que por dentro no acallan sus ortigas.

Duele pues en la lágrima el hachazo,
un hachazo de pena que sentencio,
a dormir sin consuelo y sin regazo.

III

Me habrás de corregir si me equivoco
o yo te mostraré mi grave acierto,
pues pienso que la lengua del desierto,
no mermará su largo sólo un poco.

Basta decir de pronto que no toco,
el péndulo del sueño más despierto;
no queda en mi esperanza blanco puerto,
do ponga su vigilia un faro loco.

Nos quedan dos opciones: resignarnos
o bien, menudamente camuflarnos,
en troncos de regresos que no llegan.

La voz de mi dolor es quien relata,
esta misiva extraña, donde juegan,
tu ausencia y mi tesón, en forma ingrata.

Alberto Madariaga
(2012)
a mi Madre.

Desesperado

Cómo juego las copas de tu pelo
y en la sombra del sol, con tu mirada,
porque fluye en mi sangre quieta espada,
apuntando directo a mi desvelo.

En la dicha postura todo es hielo,
porque falta en mi cuerpo llamarada,
de tu boca, tu voz apasionada,
de tu abrazo que sueño y tanto anhelo.

Que no soy un chaval y sin embargo,
siento acaso un tifón entre mis venas,
donde asoma el asalto más amargo.

Un asalto sin eco y sin cadenas,
por el hambre latente entre letargo,
de tu beso en mis noches más serenas.

Alberto
                  Madariaga
(2012)
a Nadia

martes, 17 de enero de 2012

Lluvia astral.

Y te miro correr donde he pasado,
con vestidos de viento hasta el tobillo
y en la voz murmurando el estribillo,
de mi nombre sujeto a tu cuidado.

Te deslizas en mí... Te siento al lado
de mi cama y mi sed, de mi nudillo
conmoviendo las sombras con tu brillo,
de cercano universo enajenado.

Es que tanto te miro, digo y siento,
que parezco volver al nacimiento,
de un embrujo distante a nuevas eras.

Se derrite tu huella en las aceras
y te vuelvo a formar en el momento;
sólo sé que te amo y que me esperas.

 Alberto Madariaga
(2012)
a Nadia

miércoles, 11 de enero de 2012

Ten miedo de mí.

Ten miedo de mis pisadas en la noche,
que no huelen,
que no dejan rastros ni de estrellas ni de sonidos,
puesto que mis huellas mudas,
van buscando los cascabeles de tus labios.
Que esté tu mano alerta,
que no demerite cuidado alguno,
que se vuelvan los muros que te guardan,
los centinelas vigentes de la alborada ficticia,
cuando mi sombra de bestia
y el hambre que se gesta en su entraña,
vengan para buscar tus ojos,
su magia revuelta en el aire,
que habrá calado hasta el fondo de mi tierra.
No temas a mi imagen...
Ten más miedo del soplo de mis ganas,
de esas ganas locas,
de juntar tu espalda en un ramo de besos,
de fuertes pinceladas teñidas de cromo,
de azul inmenso,
de tu carne y mi muerte
y en el lugar donde mi muerte es una cercanía
a tu vientre lleno de luceros.
Témeme amor.
Ciegamente.
Indescriptible y sordo que sea el miedo,
pues cuando lleguen mis brazos a tus brazos,
serás para mis fauces
y más que para fauce y dentellada,
para el amor, que hierve en mis adentros.

Alberto Madariaga
(2012)
a Nadia

sábado, 7 de enero de 2012

¿Cuándo?

Con la tarde que muere enarbolada,
en rumores de mirto y agonía,
me pregunto sin tregua vida mía,
el instante febril de tu llegada.

¿Cuándo voy a tenerte aprisionada
en mis brazos que añoran tu alegría?
¿Cuándo pues, dulce amor, tu epifanía
ha de ser en mis ojos devorada?

Que mis labios no secan manantiales
a tus besos de flecha. Que mis manos
te persiguen en diáfanos cristales

y taladran los rumbos de locura,
esos rumbos inciertos y lejanos,
donde vive el crisol de tu dulzura.

Alberto Madariaga
(2011)
a Nadia.