Es que te miro ahí, todavía,
con lluvia corriendo como pájaros salvajes
en el sol de tus mejillas.
Te escucho callar a fuerzas,
con el fatal desprendimiento de la palma y de las manos.
Digo que ya es tarde.
Quizá todavía creo en el devenir perpetuo
de una garza de mil estruendos,
quizá pienso que un remolino feaciente
puede tornar los nortes desolados
en una fiesta de caracolas áridas,
que guardan los últimos ecos del océano.
Aún te miro ahí, con los ojos vestidos por gritos,
de no sé cuántas voces,
mojadas,
indetenibles y pálidas,
con la garganta rota y diáfana
vuelta en los cristales del espejo.
Y me miro correr,
y me miro en el "pudiera"
que no fue,
que no será sino sombra muda
y adentro, más adentro una gárgola indecible
cubierta por las hiedras del recuerdo.
¿No crees?
Yo tampoco.
Pongamos pues que nada he dicho,
que nada se me escapó del fauno de los sueños,
donde el regreso es llama,
que no se apaga pues,
mas no relumbra.
Alberto Madariaga
(2011)
a Mi Madre